Oreste Plath, uno de los grandes investigadores de nuestro folklore que recorrió nuestra larga geografía nacional en búsqueda de las más autenticas tradiciones y costumbres chilenas, nos adentra en el relato de las navidades de otra época, en que se celebraba con fondas y ramadas en plena Alameda de Santiago. O bien, como en humildes iglesias rurales, se hacían representaciones a lo vivo del nacimiento del Niño Dios, donde se veía a los Reyes Magos y pastores en carretas y al pueblo que los acompañaba cantando alegremente tonadas y cogollos; llevando al Niño Manuelito una canasta de huevos frescos, espigas y trigo recién nacido; algún animalito, leche fresca y blancos quesos; un pavito y abundante fruta fresca, recién arrancada de la mata. Así mismo, asomaba la tradición popular de elaborar pesebres de autentica fabricación casera, realizados con delicada e ingenua fantasía, o bien, aquellos nacimientos de loza que eran traídos de Europa por las familias de alta alcurnia y que eran exhibidos en las casas patronales, dejando la puertas abiertas para que los transeúntes pasaran a saludar al Niño Lindo. Era la ocasión en que confraternizaba el hijo del pueblo con la gran familia, y donde se podía compartir una mistela, una horchata o un helado de canela.
El encuentro con la gastronomía en Navidad nos habla de la lengua nogada, del pavo relleno, o una rica cazuela de ave o bien, pollo arvejado, deliciosos platos preparados con viejas recetas de la tradición. Los postres los componían la leche asada; el manjar blanco; los dulces de pasta de almendras en figuras de palomita; los bollos de Pascua y las empanaditas de pera y alcayota. Los dulces eran encabezados por los huevos moll, o como le llamaban también, huevo molle; no podía faltar la torta de bizcocho o el popular pajarito de masa; los buñuelos de huevo y el fragante chocolate. Las mesas eran adornadas con las frescas frutas de la estación, chirimoyas; los duraznitos de la Virgen; las peras del Niño; las “sandillas” primerizas; las guindas negras; los damascos; las ciruelas y las brevas curadas (apuradas en la maduración)… Por cierto no podía faltar el guindao y el apio… y el vino se bebía moro, no bautizado, purito.
Quién de los más “viejos”, no recuerda el haber dejado los zapatos en la ventana para recibir la visita del Pascuero, que recorría los caminos del campo llevando la alegría de algún juguete para los niños. Así, tranqueaba el caballito de madera o rodaba la carreta, los palitroques no cesaban de caer y el trompo de dar vueltas; alegres niñas jugaban con sus muñecas de trapo…

Los cantares tradicionales de Navidad, tonadas, cogollos y también los llamados villancicos, hundes sus raíces en la poesía de nuestra gente, que expresan el sentir del hecho bíblico del Nacimiento del Niño Dios, a quien llaman cariñosamente Manuelito, Manolito, Preciosura, Niño Lindo. También encontramos este lenguaje coloquial y cercano de nuestra gente en la poesía para evocar el nombre de María como Marujita, Ña María, Mariquita, Señora Doña María. Y el nombre de José, como Don Josecito. Así en el cantar de Navidad encontramos estos versos que nos hablan del sentir de nuestra gente y su poesía:
Y no es noche de dormir.
Que la Virgen está de parto
Y a las doce ha de parir.
Cogollito de alelí,
Encárguele a su niñito
Que no se olvide de mí.
Yo vengo del otro lado–
Y al Niño Jesús le traigo
Un caballito ensillado.
Yo vengo con mucha pena,
Porque al Niñito Jesús
Se le acabó la Novena.
Hasta el año venidero.
Nos volveremos a ver
Cuando engorden los corderos

Feliz Navidad y que volvamos al encuentro de nuestras raíces tradicionales, al compás de una guitarra, al son de la vihuela; entre versos y cantares, vaya para todos un abrazo fraterno y que celebremos con cariño estas navidades.